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viernes, 3 de agosto de 2018

Cómo conocí al Padre y al Hijo - Carlos Dguez

Esto se dio en el año 2008, En septiembre 28 para ser exactos, fue cuando me bauticé en la fe mormona; toda mi vida había sido católico "a mi manera" como decimos por acá.
Ya antes había escuchado pláticas de los misioneros, al frente iba el élder Treviño, hacia el año 2006 pero no recuerdo la fecha exacta porque es una etapa de mi vida que se borró de mi memoria.
Élder es un llamamiento del Sacerdocio Mayor o de Melquisedec, y significa "anciano de años" aunque a los misioneros se les acepta como tal a partir, ahora, de los 16 años, antes era a los 18 pero se reformó el reglamento.
Durante dos años dejan familia, escuela, novia, etc. para dedicarlos al Padre Celestial y a nuestro Salvador, por parejas andan tocando puertas para llevar el Evangelio, siempre de corbata.
En el caso de las mujercitas son misioneras, y su duración es de 18 meses.
Llevaríamos 3 o 4 pláticas diarias cuando sufrí un asalto que cambió mi vida y la de mi familia política.
Al siguiente día del asalto sentí que la pierna derecha no me respondía, pero seguí trabajando unos días más y extrañamente al sentarme al volante todo estaba bien.
El error que cometí fue no decirle a los élderes e hice todo lo contrario que la lógica dictaba: en vez de pedir apoyo, ayuda, me encerré en mí mismo y me escondía de ellos para no acompañarlos a la iglesia.
La señora que me rentaba el cuarto al ver que ya no trabajaba me corrió, a pesar de que Rosita, su hija y dueña de la casa, le había dicho que no me cobrara renta hasta que volviera a trabajar.
Como todavía podía caminar, con grandes esfuerzos agarré lo que pude y me salí sin rumbo fijo. Por el camino me vio quien fuera mi cuñado, Gilberto Vargas, le avisó a su mamá del estado en que me había visto, ella se comunicó con mi hijo el mayor, Carlos Alberto, y él me contactó vía celular para que me fuera a la casa de su abuelita.
Entre tanto yo ya le había hablado a Romeo, mi hermano, comentándole mi situación. De inmediato nos citamos en el café del Centro Cultural Jaime Sabines, me dejó algo de dinero y en reciprocidad le dejé una hamaca que había tejido un preso o reo; se la compré porque me encantó el tejido, totalmente cerrado, no como la mayoría de las hamacas, que son de tejido ralo o separado.
Fue así como llegué a casa de la mamá de mi primera esposa, Martha, me acondicionaron un lugar con mi cuñado, Edgar, que atravesaba por la etapa de divorcio.
Les decía que mi vida cambió por completo, cambié mi reloj biológico de tal forma que dormía por el día y por la noche no dejaba dormir a los vecinos, dejé de comer, y empecé a imaginar cosas, como pensar que me tenían secuestrado.
Lógico es que le destrocé los nervios a Yoyita, abuela de mi hijo, y le habló a mi otro hijo, Juan Roberto o JR, para que viera qué hacía conmigo porque ella ya no podía más.
JR consiguió una ambulancia para llevarme a la casa de su mamá, previamente supongo que había platicado con ella pues estábamos separados, pero como mi terreno, donde se quemaron dos casas gemelas de madera, ella lo vendió en lo que anduve fuera del hogar pues no tenía a dónde quedarme.
Me tuvo unos días ahí y de pronto un día, no recuerdo la hora, con engaños me subieron a un auto, me dijeron que me llevarían a consulta pero a poco de recorrido vi que ella se bajó del auto y me dije que algo no andaba bien.
Y como fue, no iba yo a consulta sino en vía de ser internado como enfermo mental.
Es común que antes de ingresar a los enfermos los tengan en una sala de espera, en el centro de la ciudad, al llegar habrían como cien almas que deambulaban hacinados, a mí me dejaron en una zona aparte.
Empecé a desmejorar, en lugar de agua me daban a beber mis orines, en una ocasión dijeron que nos visitaría doña Isabel Aguilera de Sabines, esposa del entonces gobernador.
Para ver qué tan confiable era yo, me entrevistó una "enfermera", y lo entrecomillo porque no era tal sino que se hizo pasar por una de ellas, me hizo preguntas y confiando en ella empecé a decirle todo cuanto me hacían.
Al ver que no era nada confiable, poco antes de la anunciada visita me sedaron para que no hablara conmigo la señora Isabel.
Al ver que yo no caminaba preguntó si usaba silla de ruedas, le dijeron que no había llevado y ellos no tenían.
Ordenó a uno de sus asistentes que bajara una para que me quedara, me la iba a regalar.
Me la dejaban usar durante el día pero por la noche me la arrebataban y al pelearla y decir que me la habían dejado me respondían a golpes y me decían que era de la institución, no mía.
Ignoro cuántos días estuve en esa sala, una noche despierto cuando un señor me está diciendo: Oiga, usted no es para que lo internemos aquí, ha respondido muy bien todas mis preguntas, está perfectamente ubicado, mañana temprano le doy de alta.
Empecé a despertar de los sedantes y le dije que dónde estaba, yo no sabía.
Me respondió que estaba en San Agustín, el albergue para enfermos mentales, y me apaniqué pues hay múltiples historias de cómo enloquecen a los internos a golpes y con experimentos médicos.
Le dije que si estaba convencido que no estaba loco, me hiciera favor de dar el alta en ese instante, no quiero estar ni un segundo más aquí, le dije.
No señor, yo no estoy loco
dije a mi entrevistador,
--claro que no señor
me respondió amablemente.
Pero como me enviaron
profundamente sedado,
todavía pensaba
que estaba
en la sala inicial.
No me pegue más, por favor,
le supliqué sollozando,
ya tomé mis orines,
ya no voy a quejarme, se lo juro.
Él entonces tomó mi rostro
muy suavemente
hasta que nuestros ojos se encontraron
--quién te hizo esto papá, me dijo
--nadie, nadie me hizo nada, respondí,
porque temí
que me volvieran a pegar.

Muy buena gente el señor y Dios que no se apartó de mi lado, no recuerdo lo que pasó porque yo no razoné cómo iba a regresar con mi hijo si no podía caminar y no tenía dinero para el taxi, en caso de que pasara uno por ahí, porque está en despoblado.
La cuestión es que cuando vine a ver mi esposa estaba ahí, me dijo que me llevaría a casa y bueno, no recuerdo si algo más me dijo, yo no salía del estupor, no me explicaba lo que me estaba sucediendo.
Así las cosas regresé al hogar con una debilidad extrema. Me cuenta mi esposa que la mano derecha la tenía como los artríticos, lo que yo recuerdo es que me dolía muchísimo y lloraba porque ya no podía escribir, pensé que así me quedaría. Con ejercicios y levantándola con la mano izquierda ejercitaba la derecha pero el dolor era insoportable.
Si quería girar en la cama tenía qué esperar a JR o mi esposa para que me cambiaran de costado. Una vez se me ocurrió que me dejaran sentado un momento, porque hasta para comer lo hacía acostado, lo hicieron y me caí hacia adelante.
En una ocasión tardaron muchos días para bañarme porque Carlos Alberto ya no regresó a hacerlo y Beatriz se molestó pues sólo JR lo hacía, así que como pude y con las pocas fuerzas que me quedaban me pasé de la cama a una silla, y ya para bajar al patio sí le hablé a mis esposa para que me viera, por si caía, y que me hiciera favor de preparar agua para bañarme.
A partir de ahí ya pude bañarme más seguido pero mi rostro se dañó tanto que a la fecha no mejoro.
Me salieron llagas por todas partes por la inmovilidad, con Violeta aún contra las indicaciones médicas, fueron cerrando poco a poco, hoy nada más las cicatrices quedan.
Bien, en una ocasión y platicando con JR le hablé de los misioneros, le di las características, cómo vestían, y él me respondió que ya los había visto y que le habían propuesto tener una plática, pero él rehusó.
Le dije que si él no quería me diera la oportunidad de recibirlos, un buen día me llegó con la maravillosa noticia que los misioneros me iban a visitar, llegaron los élderes Chora y Arias, ellos me bautizaron y confirmaron como miembro de la Iglesia.
Fue el 28 de septiembre de 2008 y después de haber obtenido un firme testimonio de El Libro de Mormón, bajé a la pila bautismal con ayuda de mis élderes. Yo por dentro decía: están locos, me van a ahogar en esa pila.
Al poco tiempo y sin tomar aire porque fue a los pocos días de mi bautismo que me dieron el llamamiento de secretario de barrio o secretario financiero, es lo mismo.
Me explicaba el Presidente de Estaca que es un llamamiento de la Estaca, no del barrio o la capilla, y que se forma parte del Obispado; que debe uno tener la disponibilidad de al menos durar en el puesto durante 15 años y que es tan importante nuestro llamamiento que prefieren a un secretario de barrio y no a un conejero del Obispo.
Pero ya me adelanté mucho, quiero contarles la idea central de esta página: cómo conocí al Padre y al Hijo
Al principio los misioneros pasaban por mí y me llevaban en la silla de ruedas que Alicia, la esposa de mi cuñado Jorge me consiguió, pero un domingo no sé si se olvidaron o qué pasó, no llegaron por mí y me quedé esperándolos.
Al siguiente domingo ya no los esperé sino que tomé mi silla y me fui rodando a la iglesia, pero cada piedrita por pequeña que fuera era un muro para mí, el primer obstáculo estaba en casa pues había una división entre el patio y la sala, para evitar la entrada del agua de lluvia, tenía que usar dos sillas para poder vencer ese murete.
Bien, como JR me llevó de emergencia, de la casa de la mamá de Martha, mi ex esposa, no se llevó mis cosas, que cabían en una caja de huevos, conocida como la "360"
Estuve dos años peleando mi ropa y lo que hubiera quedado ahí, pero no llegaba, así que los primeros días que asistí a la iglesia lo hice en short
Un domingo quizás el Obispo Hernández, mi primer Obispo, me vio temblar por el aire acondicionado y con discreción pidió a uno de sus consejeros que buscara un cobertor para cubrirme.
Una semana antes de bautizarme, habla Carlos Alberto con su hermano, JR, y le dice que en su casa tiene una caja con mis cosas, que si qué hacía con ella. JR me preguntó y le dije que hiciera favor de dármela.
Llegar y revisar la caja fue una acción conjunta, adentro veía una camisa blanca, un pantalón obscuro, una corbata azul y un par de zapatos. Y lo recuerdo perfectamente porque era como debía uno presentarse a la iglesia, con esa ropa y de corbata.
A partir de ahí mi vida cambió y aunque yo ya conocía la Biblia porque en la preparatoria era lectura obligatoria, había algunas cosas que no comprendía pero con los mormones fui aprendiendo más y más, pues la primera hora es para la reunión sacramental, la segunda para la escuela dominical y la tercera para reunión de sacerdocio, 2 horas de estudio bíblico.
Literalmente conocí al Salvador y al Padre Eterno. hice en word mis apuntes-guía sobre la Biblia porque no la domino, no les mentiré, pero anoté los principales pasajes de ambos Testamentos y así encuentro rápidamente lo que deseo decir.
Aprendí a llorar, cosa que en mi vida había podido hacer pues creía que eso era para los débiles, para las mujercitas, pero sentí un alivio enorme cuando pude desahogar mi corazón
Aprendí a dar las gracias por cada nuevo día, por haber llegado sano y salvo a la noche, por los alimentos, por mi enfermedad y bienestar, por todo por leve que sea, le doy gracias a Dios, y la vida cambió.
Ahora tengo amigas a quienes les he ayudado con la lectura de la Biblia que ellas estudian, les advierto que no voy a buscar que cambien de religión, que me digan la fe que profesan y en esa versión les mando por correo su Biblia.
Lo único que les pido es que al leer hagan breves espacios, cierren sus ojos y se sitúen en el lugar de la acción, que vivan la escena y así comprenderán mejor la Escritura. Así que de pronto nos encontramos en plena batalla de Jericó o en el monte Horeb viendo cómo Moisés toma las Tablas de la Ley, las primeras escritas por el dedo del Supremo Creador, y las segundas, ya escritas por Moisés tras haber roto las primeras.
También investigo en los archivos gnósticos, donde se habla de Jesús totalmente humano, pero no olvidemos que fue 50% humano y 50% divino, y eso no mengua sus dones, al contrario, ante mis ojos crece porque luchar contra la parte humana es lo difícil y Él lo dijo: El espíritu está presto pero la carne es débil.
Hasta aquí mi relato, hubiera qurido ser más breve pero era necesario plasmar todo esto.
Bendiciones a todos y mantengan su fe, cualquiera que profesen, muy en alto.
La continuación de esto se llama "Mis bendiciones" y es un relato más breve.

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