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José Ángel Buesa

Te acordarás un día de aquel amante extraño,
que te besó en la frente para no hacerte daño
aquel que iba en la sombra con la mano vacía,
porque te quiso tanto, que no te lo decía.
     José Ángel Buesa, cubano

México a través de la mirada de una cubana: José Ángel ...

Nació el 2 de septiembre de 1910 en Cruces, Cienfuegos, Cuba; murió el 14 de agosto de 1982 en Santo Domingo, República Dominicana

1.-      Acuérdate de mí.
2.-      Así, verte de lejos
3.-      Balada de un loco amor
4.-      Canción de la búsqueda
5.-      Canción de los amantes
6.-      Canción del amor lejano
7.-      Canción del viaje
8.-      Canción para la esposa ajena
9.-      Carta a usted, señora
10      El libro
11      Elegía para mí y para ti (sic)
12      La culpa
13      Nocturno VII
14      Poema de la despedida
15      Poema del fracaso
16      Poema del renunciamiento
17      Poema del amor lejano
18      Quizás te diga un día...
19      Te acordarás un día.
20      Ya era muy viejecita
21      Yo he vivido mi vida.

Acuérdate de mí.

Cuando vengan las sombras del olvido,
a borrar de mi alma el sentimiento,
no dejes, por Dios, borrar el nido,
donde siempre durmió mi pensamiento.

Si sabes que mi amor jamás olvida,
que no puedo vivir lejos de ti,
dime que en el sendero de la vida,
alguna vez te acordarás de mí.

Cuando al pasar inclines la cabeza,
y yo no pueda recoger tu llanto,
en esa soledad de la tristeza,
te acordarás de aquel que te amó tanto.

No podrás olvidar que te he adorado,
con ciego y delirante frenesí,
y en las confusas sombras del pasado,
luz de mis ojos, te acordarás de mí.

El tiempo corre con denso vuelo,
y se va adelantando entre los dos,
no me olvides jamás ¡Dame un recuerdo!
y no me digas para siempre adiós.

Así, verte de lejos.

Así, verte de lejos, definitivamente.
Tú vas con otro hombre, y yo con otra mujer,
y sé que como el agua que brota de una fuente
aquellos bellos días ya no pueden volver.

Así, verte de lejos y pasar sonriente
como quien ya no siente lo que sentía ayer,
y lograr que mi rostro se quede indiferente
y que el gesto de hastío parezca de placer.

Así, verte de lejos, y no decirte nada
ni con una sonrisa, ni con una mirada,
y que nunca sospeches cuánto te quiero así.

Porque aunque nadie sabe lo que a nadie le digo,
la noche entera es corta para pasar contigo
y todo el día es poco para pensar en ti.
          Soneto alejandrino ¡Wow!

Balada de un loco amor.

No, nada llega tarde, porque todas las cosas
tienen su tiempo justo, como el trigo y las rosas,
sólo que, a diferencia de la espiga y la flor,
cualquier tiempo es el tiempo de que llegue el amor.

No, amor no llega tarde. Tu corazón y el mío
saben secretamente que no hay amor tardío,
amor a cualquier hora, cuando toca una puerta,
la toca desde adentro porque ya estaba abierta.

Y hay un amor valiente, y hay un amor cobarde
pero, de cualquier forma, ninguno llega tarde.

Canción de la búsqueda.

Todavía te busco, mujer que busco en vano,
mujer que muchas veces cruzaste mi sendero,
sin alcanzarte nunca cuando extendí la mano,
y sin que me escucharas cuando dije: "Te quiero…"

Y sin embargo espero, y el tiempo pasa y pasa,
y ya llegó el otoño, y espero todavía,
de lo que fue una hoguera sólo queda una brasa,
pero sigo soñando que he de encontrarte un día.

Y quizás, en la sombra de mi esperanza ciega,
si al fin te encuentro un día, me sentiré cobarde,
al comprender, de pronto, que lo que llega tarde,
nos entristece menos que lo que nunca llega.

Y sentiré en el fondo de mis manos vacías,
más allá de la bruma de mis ojos huraños,
la ansiedad de las noches convirtiéndose en días,
y el horror de los días convirtiéndose en años…

Pues quizás esté mustia tu frente soñadora,
ya sin calor la llama, ya sin fulgor la estrella,
y al no decir: "¡Es ella!" -como diría ahora-
seguiré mi camino murmurando: "¡Era ella!"

Canción de los amantes.


Donde quiera en las noches se abrirá una ventana,
o una puerta cualquiera de una calle lejana,
no importa dónde ni cuándo, puede ser donde quiera;
ni menos en otoño, ni más en primavera.

Y hoy igual que mañana, mañana igual que ayer,
un hombre enloquecido, besará a una mujer.
Tal vez nadie lo sepa; como tal vez un día
todos irán sabiendo lo que nadie sabía.

Y para los amantes, su amor desesperado,
podrá ser un delito, pero nunca un pecado.
Por eso el amor pasa por las calles desiertas,
y es como un viento loco que quiere abrir las puertas.

Bien saben los amantes que hay caricias que son
no una simple caricia, sino una posesión.
Y que un beso, uno sólo, puede más que el olvido
si se juntan dos bocas en un beso prohibido.

¡No! Un gran amor no es grande por lo mucho que dura,
si se parece a un árbol reseco en la llanura.
Y los amantes saben que sin querer siquiera,
hay un amor que crece como una enredadera.

Es natural que el agua de un estanque sombrío,
sueñe en sus largas noches con el sueño de un río.
Y si por algo es triste la lluvia que no llueve,
será porque es la lluvia condenada a ser nieve.

Es natural que un día comprendan los amantes
que no hay nunca sin siempre, que no hay después sin antes.
Y así brota en el alma la rebelión de un sueño,
que es como un perro arisco que le gruñe a su dueño.

El amor... esa estrella de una sombra infinita,
aunque muera cien veces, cien veces resucita.
Y suele ser un niño de manos milagrosas,
que rompe las cadenas y hace nacer las rosas.

Ya no habrá días turbios. Ya no habrá noches malas,
si hay un amor secreto que nos presta sus alas.
Y el corazón renace con renovada fe,
igual que los rosales que no saben por qué.

Donde quiera, en las noches, puede abrirse una puerta,
pero... tan suavemente que nadie se despierta.
Puede ser en otoño. Puede ser en verano,
tanto un amor tardío como un amor temprano.

Una mujer, un hombre y un oscuro aposento;
y allá afuera, en la calle, sigue pasando el viento.
Y si en la noche hay algo queriendo amanecer
es simplemente un hombre, que besa a una mujer.

Canción del amor lejano.

Ella no fue, entre todas, la más bella,
pero me dio el amor más hondo y largo.
Otras me amaron más, y sin embargo
a ninguna la quise como a ella.

Acaso fue porque la amé de lejos
como una estrella desde mi ventana...
y la estrella que brilla más lejana
nos parece que tiene más reflejos.

Tuve su amor como una cosa ajena
como una playa cada vez más sola,
que únicamente guarda de la ola
una humedad de sal sobre la arena.

Ella estuvo en mis brazos sin ser mía,
como el agua en cántaro sediento,
como un perfume que se fue en el viento
y que vuelve en el viento todavía.

Me penetró su sed insatisfecha
como un arado sobre la llanura,
abriendo en su fugaz desgarradura
la esperanza feliz de la cosecha.

Ella fue lo cercano en lo remoto,
pero llenaba todo lo vacío,
como el viento en las velas de un navío,
como la luz en el espejo roto.

Por eso aún pienso en la mujer aquella,
la que me dio el amor más hondo y largo...
Nunca fue mía. No era la más bella.
Otras me amaron más... Y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.

Canción del viaje.

Recuerdo un pueblo triste y una noche de frío
y las iluminadas ventanillas de un tren.
Y aquel tren que partía se llevaba algo mío,
ya no recuerdo cuándo, ya no recuerdo quién.

Pero sé que fue un viaje para toda la vida
y que el último gesto, fue un gesto de desdén,
porque dejó olvidado su amor sin despedida
igual que una maleta tirada en el andén.

Y así, mi amor inútil, con su inútil reproche,
se acurrucó en su olvido, que fue inútil también.
Como esos pueblos tristes, donde llueve de noche,
como esos pueblos tristes, donde no para el tren.

Canción para la esposa ajena.

Tal vez guardes mi libro en alguna gaveta,
sin que nadie descubra qué relata su historia,
pues serán simplemente los versos de un poeta,
tras arrancar la página de la dedicatoria.

Y pasarán los años… pero acaso algún día,
o acaso alguna noche que estés sola en tu lecho,
abrirás la gaveta -como una rebeldía-,
y leerás mi libro, tal vez como un despecho.

Y brotará un perfume de una ilusión suprema,
sobre tu desencanto de esposa abandonada,
y entonces, con orgullo, marcarás la página…
y guardarás mi libro debajo de la almohada.


Carta a usted, señora.

Según dicen, ya tiene usted otro amante,
lástima que la prisa nunca sea elegante,
yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa,
se resigne a ser viuda sin haber sido esposa.

Y me parece injusto discutirle el derecho
de compartir sus penas, sus goces y su lecho,
pero el amor, señora, cuando llega el olvido,
también tiene el derecho de un final distinguido.

Perdón si es que la hiere mi reproche, perdón,
aunque sé que la herida no es en el corazón,
y para perdonarme, piense si hay más despecho,
en lo que yo le digo, que en lo que usted ha hecho.

Pues, sepa que una dama con la espalda desnuda,
sin luto en una fiesta puede ser una viuda,
pero no como tantas, de un difunto señor,
sino para ella sola, viuda de un gran amor.

Y nuestro amor, recuerdo, fue un amor diferente,
al menos al principio, ya no, naturalmente,
usted será el crepúsculo a la orilla del mar,
que, según quién la mire, será hermoso o vulgar.

Usted será la flor que según quién la corta,
es algo que no muere, o algo que no importa,
o acaso cierta noche de amor y de locura,
yo vivía un ensueño, y usted una aventura.

Sí, usted juró cien veces ser para siempre mía,
yo besaba sus labios, pero no le creía,
usted sabe, y perdóneme, que en ese juramento,
influye demasiado la dirección del viento.

Por eso no me extraña que ya tenga otro amante,
a quien quizás le jure lo mismo en este instante,
y como usted, señora, ya aprendió a ser infiel,
a mí, así de repente, me da pena por él.

Sí, es cierto… alguna noche su puerta estuvo abierta,
y yo en otra ventana me olvidé de su puerta,
o una tarde de lluvia se iluminó mi vida
mirándome en los ojos de una desconocida.

Y también es posible que mi amor indolente,
desdeñara su vaso bebiendo en la corriente,
sin embargo, señora, yo con sed o sin sed,
nunca pensaba en otra, si la besaba a usted.

Perdóneme de nuevo si le digo estas cosas,
pero ni los rosales dan solamente rosas,
y no digo estas cosas por usted ni por mí,
sino por los amores que terminan así.

Pero vea, señora, qué diferencia había,
entre usted que lloraba, y yo que sonreía,
pues nuestro amor concluye con finales diversos:
usted besando a otro, yo escribiendo estos versos.

El libro.

Entre todos mis libros, es éste el que prefiero,
éste que un día dejé a medio leer,
lo cerré de repente, lo puse en el librero,
y ya lo cubre el polvo del ayer.

Recuerdo que era un libro de una belleza,
era como si en cada frase floreciera un rosal,
pero temí de pronto que me desencantara
si seguía leyendo hasta el final.

Y ahí está en el librero, donde lo puse un día,
tal vez un poco triste por lo que no leí,
pues recordé, muchacha, que casi fuiste mía,
y al guardar aquel libro, volví a pensar en ti.


Elegía para mí y para ti.

Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,
y tú te irás borrando lentamente en mi sueño,
un otoño y otro caerán como hojas secas
de las ramas del árbol milenario del tiempo,
y tu sonrisa, llena de claridad de aurora,
se alejará en la sombra creciente del recuerdo.

Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,
y quizá, poco a poco, dejaré de hacer versos,
bajo el vulgar agobio de la rutina diaria,
de las desilusiones, y los aburrimientos.
Tú, que nunca soñaste mas que cosas posibles,
dejarás, poco a poco, de mirarte al espejo.

Acaso nos veremos un día, casualmente,
al cruzar una calle, y nos saludaremos.
Yo pensaré quizá: "Qué linda es todavía."
Tú pensarás quizá: "Se está poniendo viejo."
Tú irás sola o con otro, yo iré solo o con otra.
o tú irás con un hijo que debiera ser nuestro.

Y seguirá muriendo la vida, año tras año,
igual que un río oscuro que corre hacia el silencio.
Un amigo, algún día, me dirá que te ha visto,
o una canción de entonces me traerá tu recuerdo.
Y en estas noches tristes de quietud y de estrellas,
pensaré en ti un instante, pero cada vez menos.

Y pasará la vida. Yo seguiré soñando;
pero ya habrá u nombre de mujer en mi sueño.
Yo ya habré olvidado definitivamente
y sobre mi rodilla retozarán mis nietos.
Y quizá para entonces, al cruzar una calle,
nos vimos frente a frente, ya sin reconocernos.

Y una tarde de sol me cubrirán de tierra,
las manos para siempre cruzadas sobre el pecho.
Tú, con los ojos tristes y los cabellos blancos,
te pasarás las horas bostezando y tejiendo.
Y cada primavera renacerán las rosas,
aunque ya tú estés vieja, y aunque yo me halla muerto.

La culpa.

 Yo la amé, y era de otro que también la quería,
Perdónala Señor, porque la culpa es mía,
Después de haber besado sus cabellos de trigo
Nada importa la culpa pues no importa el castigo.

Fue un pecado quererla, Señor, y sin embargo
Mis labios están dulces por ese amor amargo
Ella fue como un agua callada que corría
Si es culpa tener sed, toda la culpa es mía.

Perdónala Señor, tú que le diste a ella
Su frescura de lluvia y esplendor de estrella,
Su alma era transparente como un vaso vacío,
Yo lo llené de amor. Todo el pecado es mío.

Pero, cómo no amarla si tú hiciste que fuera
Turbadora y fragante, como la primavera?
Cómo no haberla amado, si era como el rocío
Sobre la yerba seca y ávida del estío?

Traté de rechazarla, Señor, inútilmente
Como un surco que intenta rechazar la simiente
Era de otro, era de otro que no la merecía,
Y por eso, en sus brazos, seguía siendo mía.

Era de otro, Señor, pero hay cosas sin dueño,
Las rosas y los ríos, y el amor y el ensueño,
Y ella me dio su amor como se da una rosa,
Como quien lo da todo, dando tan poca cosa.

Una embriaguez extraña nos venció poco a poco,
Ella no fue culpable, Señor, ni yo tampoco,
La culpa es toda tuya, porque la hiciste bella
Y me diste los ojos para mirarla a ella

Sí, nuestra culpa es tuya, si es una culpa amar
Y si es culpa de un río cuando corre hacia el mar.
Es tan bella, Señor, y es tan suave y tan clara,
Que sería pecado mayor si no la amara.

Y por eso, perdóname Señor, porque es tan bella,
Que Tú, que hiciste el agua, y la flor, y la estrella,
Tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre,
Tú también la amarías, si pudieras ser hombre.

Nocturno VII


Ahora que ya te fuiste, te diré que te quiero.
Ahora que no me oyes, ya no debo callar.
Tú seguirás tu vida y olvidarás primero...
Y yo aquí, recordándote, a la orilla del mar.

Hay un amor tranquilo que dura hasta la muerte,
y un amor tempestuoso que no puede durar.
Acaso aquella noche no quise retenerte...
y ahora estoy recordándote a la orilla del mar.

Tú, que nunca supiste lo que yo te quería,
quizás entre otros brazos lograrás olvidar...
tal vez mires a otro, igual que a mí aquel día...
y yo aquí, recordándote, a la orilla del mar.

El rumor de mi sangre va cantando tu nombre,
y el viento de la noche lo repite al pasar.
Quizás en este instante tú besas a otro hombre...
y yo aquí, recordándote, a la orilla del mar...
y yo aquí, recordándote, a la orilla del mar...


Poema de la despedida.


Te digo adiós, y acaso te quiero todavía,
quizás no he de olvidarte, pero te digo adiós,
no sé si me quisiste, no sé si te quería,
o tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, apasionado y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti,
no sé si te amé mucho, no sé si te amé poco,
pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré.
pero al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte, como jamás te amé.

Te digo adiós y acaso con esta despedida,
mi más hermoso sueño duerme dentro de mí,
pero te digo adiós para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

Poema del fracaso.

Mi corazón, un día, tuvo un ansia suprema,
que aún hoy lo embriaga, cual lo embriagara ayer;
quería aprisionar un alma en un poema,
y que viviera siempre... pero no pudo ser.

Mi corazón, un día, silenció su latido,
y en plena lozanía se sintió envejecer;
quiso amar un recuerdo más fuerte que el olvido
y morir recordando... pero no pudo ser.

Mi corazón un día, soñó un sueño sonoro,
en un fugaz anhelo de gloria y de poder;
subió la escalinata de un palacio de oro
y quiso abrir las puertas... pero no pudo ser.

Mi corazón, un día, se convirtió en hoguera,
por vivir plenamente la fiebre del placer;
ansiaba el goce nuevo de una emoción cualquiera,
un goce para él solo... pero no pudo ser.

Y hoy llegas tú a mi vida, con tu sonrisa clara,
con tu sonrisa clara, que es un amanecer;
y ante el sueño más dulce que nunca antes soñara,
quiero vivir mi sueño... pero no puede ser.

Y he de decirte adiós para siempre, querida,
sabiendo que te alejas para nunca volver,
quisiera retenerte para toda la vida...
pero no puede ser, pero no puede ser.



Poema del renunciamiento.


Pasarás por mi vida sin saber que pasaste,
pasará en silencio por mi amor, y al pasar,
fingiré una sonrisa, como un dulce contraste
del dolor de quererte... Y jamás lo sabrás.

Soñaré con el nácar virginal de tu frente;
soñaré con tus ojos de esmeralda de mar;
soñaré con tus labios desesperadamente;
soñaré con tus besos... Y jamás lo sabrás.

Quizás pases con otro que te diga al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amaré más que nunca... Y jamás lo sabrás.

Yo te amaré en silencio, como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos... Y jamás lo sabrás.

Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
--el tormento infinito que te debo ocultar--
te diré sonriente: "no es nada... ha sido el viento".
Me enjugaré la lágrima y jamás lo sabrás.

Poema del amor lejano.


A veces me pregunto dónde estarás ahora,
después de tantas noches sin tu mano en la mía,
noches de abrir un libro para esperar la aurora,
noches de largo viento por la calle vacía.

A veces me pregunto si hay alguien que te espera,
alguien que no conoces, que pasa y te saluda
y, como siempre vistes de negro en primavera,
no sé si tus vecinas pensarán que eres viuda.

A veces me pregunto cómo serán las cosas
que te son familiares: tu jardín, tu ventana,
el búcaro en la mesa para poner las rosas
y un desayuno sin mí cada mañana.

O me quedo pensando qué sentirás tan lejos,
en las tardes heladas, al quitarte el abrigo;
y cuando vas de compras sin mirar los espejos,
para que no te digan que ya no voy contigo.

Y también me pregunto si alguna madrugada
prefieres no dormirte para soñar despierta,
o cómo se  entristece de lluvia tu mirada
cuando pasa el cartero sin tocar en tu puerta.

Pero no me pregunto si olvidarás mi nombre,
ni lo que tú me diste, ni lo que yo te di,
pues si te ven un día del brazo de otro hombre
tendrá que ser un hombre que se parece a mí.


Quizás te diga un día...

Quizás te diga un día que dejé de quererte,
aunque siga queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no comprendas, en esta despedida,
que, aunque el amor nos une, nos separa la vida.

Quizás te diga un día que se me fue el amor,
y cerraré los ojos para amarte mejor,
porque el amor nos ciega, pero, vivos o muertos,
nuestros ojos cerrados ven más que estando abiertos.

Quizás te diga un día que dejé de quererte,
aunque siga queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no comprendas, en esa despedida,
que nos quedamos juntos para toda la vida.

Te acordarás un día.

Te acordarás un día de aquel amante extraño
Que te besó en la frente para no hacerte daño,
Aquel que iba en la sombra con la mano vacía
Porque te quiso tanto, que no te lo decía.

Aquel amante loco que era como un amigo,
Y que se fue con otra para soñar contigo.
Te acordarás un día de aquel extraño amante
Profesor de horas lentas con alma de estudiante.

Aquel hombre lejano que volvió del olvido
Sólo para quererte como a nadie ha querido,
Aquel que fue ceniza de todas las hogueras
Y te cubrió de rosas sin que tú lo supieras.

Te acordarás un día del hombre indiferente.
Que en las tardes de lluvia te besaba en la frente,
Viajero silencioso de las noches de estío,
Que miraba tus ojos como quien mira un río.

Te acordarás un día de aquel hombre lejano,
Del que más te ha querido, porque te quiso en vano,
Quizás así, de pronto, te acordarás un día
De aquel hombre que a veces callaba y sonreía.

Tu rosal preferido se secará en el huerto,
Como para decirte que aquel hombre se ha muerto,
Y él andará en la sombra con su sonrisa triste,
Y únicamente entonces sabrás que lo quisiste.

Ya era muy viejecita.


Ya era muy viejecita... y un año y otro año
se fue quedando sola con el tiempo sin fin.
ola con su sonrisa de que nada hace daño,
sola como una hermana mayor en su jardín.

Se fue quedando sola con los brazos abiertos,
que es como crucifican los hijos que se van,
con su suave manera de cruzar los cubiertos
y aquel olor a limpio de sus batas de holán

Déjenme recordarla con su vals en el piano,
como yéndose un poco con lo que se le fue;
y con qué pesadumbre se miraba la mano
cuando le tintineaba la taza de café.

Se fue quedando sola, sola... sola en su mesa,
en su casita blanca y en su lento sillón;
y si alguien no conoce qué soledad es esa,
no sabe cuánta muerte cabe en un corazón.

Y diré que en la tarde de aquel viernes con rosas,
en aquel "hasta pronto" que fue un adiós final,
aprendí que unas manos pueden ser mariposas,
dos mariposas tristes volando en su portal.

Sé que murió de noche. No quiero saber cuándo,
nadie estaba con ella, nadie cuando murió;
ni su hijo Guillermo, ni su hijo Fernando,
ni el otro, el vagabundo sin patria, que soy yo.

Yo he vivido mi vida.


Yo he vivido mi vida; si fue larga o fue corta,
si fue alegre o fue triste, ya casi no me importa
Y aquí estoy esperando. No sé bien lo que espero,
si el amor o la muerte, lo que pase primero.

Algo tuve algún día, lo perdí de algún modo,
y me dará lo mismo cuando lo pierda todo.
Pero no me lamento de mi mala fortuna
pues me queda un palacio de cristal en la luna.
Y por andar errante, por vivir el momento,
son tan buenos amigos mi corazón y el viento.

Por eso y otras cosas me deja indiferente
Aquí, allá y donde quiera, lo que diga la gente.
¿Trampas? pues sí, hice algunas, pero mal jugador,
yo perdí más que nadie, con mis trampas de amor.

¿Pecados? sí, aunque leves, de esos que Dios perdona,
porque a pesar de todo, Dios no es mala persona.
¿Mentiras? dije muchas, y de bello artificio,
pero que en un poeta son cosas del oficio,
y en los casos dudosos, si hice bien o hice mal
ya arreglaremos cuentas en el juicio final.

Eso es todo. He vivido. La vida que me queda
puede tener dos caras, igual que una moneda:
una que es de oro puro, la cara del pasado;
y otra, la del presente, que es de plomo dorado.

Por lo demás, ya es tarde, pero no tengo prisa,
y esperaré la muerte con mi mejor sonrisa,
y seguiré viviendo de la misma manera,
que es vivir cada instante como una vida entera,
mientras siguen andando de un modo parecido
los hombres con el tiempo, y el tiempo hacia el olvido.


1 comentario:

  1. Tremendo mi compatriota Buesa, eterno enamorado...

    Y la canción que pusiste magnífica

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